Es muy peligroso ser mujer. No sólo por el sometimiento que sufren frente a todo tipo de desigualdades, por el acoso del que son sujetas prácticamente a diario, sino también porque prácticamente la vasta mayoría de dispositivos con los que interactuamos a diario no fueron diseñados teniéndolas en cuenta. Por Valentín Muro*
En comparación con los varones, las mujeres tienen un 47% más de probabilidad de herirse de gravedad en un accidente de tráfico usando cinturón de seguridad. Esto no significa que deba dejar de usarse, sino que la seguridad automotriz no está diseñada considerando a las mujeres. Desafortunadamente, este no es un ejemplo aislado.
En marzo de 2015, Nemah Kahala necesitaba un nuevo corazón. Los médicos que la atendieron intentaron ponerle uno artificial hasta que apareciera un donante. Pero encontraron un problema: el único disponible estaba diseñado para la cavidad torácica del 86% de los varones (sólo sirve en la del 20% de las mujeres). Aunque las enfermedades cardíacas afectan a varones y mujeres casi por igual, mueren muchas más mujeres que varones mientras esperan un órgano.
Lo mismo sucede en el caso de los ensayos clínicos, cruciales a los desarrollos médicos. En efecto, históricamente las minorías y las mujeres han sido excluidas de estas investigaciones. Esto termina resultando en consecuencias no previstas y el retiro del mercado de muchas drogas y dispositivos. Sin ir más lejos, el 80% de las drogas retiradas del mercado representan un mayor riesgo para las mujeres que para los varones.
Pero estos “descuidos” no son exclusivos de la medicina. En 2014 Apple lanzó Health, una app orientada al monitoreo y cuidado de la salud. Pero faltaba un “detalle”: no consideraba a la salud reproductiva femenina. Un año les tomó incluir en su app a la menstruación.
En un episodio similar, en mayo de 2016 una investigación sobre cómo los asistentes digitales como Siri o Google Now responden a crisis de salud, encontró que una vez más las necesidades de las mujeres habían quedado para después. Si bien los asistentes podían responder a preguntas sobre infartos o suicidios, no podían hacerlo con información sobre violaciones o ataques sexuales.
Asimismo, tampoco podían atender situaciones de violencia de género de la forma “estoy siendo golpeada”, cuando se trata de algo que sufren al menos 1 de cada 4 mujeres en EEUU y 1 de cada 3 alrededor del mundo. Cuando consideramos que uno de los pasos más difíciles para una víctima de violación es poder decirlo en voz alta, se vuelve aún más importante ofrecer un primer paso no-personal para pedir ayuda.
Irónicamente, la mayoría, si no todos (¿todas?), los asistentes virtuales tienen personificación femenina. Esto, sin hacer una lectura demasiado sofisticada, evidencia la predominancia de las mujeres en los rubros tradicionalmente feminizados, como el de secretaria. Una vez más, estas tecnologías replican los esquemas típicos de oficina en los que las mujeres son secretarias, mientras que los cargos de mayor jerarquía quedan identificados como “masculinos”.
Ilustración de Belligera
Es un mundo diseñado para varones.
La ausencia de perspectivas más diversas se extiende prácticamente en todo desarrollo ingenieril o tecnológico. Según un paper de 2010 realizado por investigadores daneses para las Naciones Unidas, las premisas de diseño de productos de consumo están dominadas por el pensamiento masculino, abarcando desde el diseño de un televisor hasta el de un celular o equipo de música.
Como cuenta la socióloga Zeynep Tufekci, los teléfonos están diseñados para las manos de los varones. Tufekci concluyó esto luego de intentar documentar el uso de gas lacrimógeno en Turquía y no poder sacar fotos con una sola mano (si bien puede argumentarse que en realidad los teléfonos ya no están diseñados para ser usados con una sola mano por nadie, sigue siendo un punto interesante).
A esta altura, cualquiera debería poder reconocer que las herramientas tecnológicas modifican la forma en que vemos al mundo, y al mismo tiempo, reflejan el modelo del mundo a partir del que fueron diseñados. Puede que los ingenieros y diseñadores no asuman esto conscientemente, pero su cosmovisión queda reflejada en su trabajo con graves consecuencias “en la vida real”.
Aunque la segregación por género y la dominación masculina no sea únicamente culpa de Silicon Valley, es responsabilidad de quienes desarrollamos tecnología tener en cuenta estos sesgos androcéntricos y falencias. De este modo, debemos trabajar para resolverlas, idealmente antes de que los productos salgan al mercado.
Si bien el carácter éticamente neutral de la tecnología hace a algunas de las discusiones más apasionadas en la actualidad, es innegable que todo dispositivo tecnológico refleja la idiosincrasia de sus diseñadores. En efecto, y como vienen denunciando voces como Evgeny Morozov desde hace años, la tecnología tiene un carácter dual.
La misma tecnología que en ciertos contextos permite denunciar injusticias —como la falta de cobertura mediática de manifestaciones, registrada con celulares— también habilita la perpetración de las más abominables injusticias. Por ejemplo, el 89% de las víctimas de violencia doméstica que acuden a alguno de los centros de refugio en EEUU dice que ha recibido alguna forma de intimidación por parte de sus atacantes via email, SMS u otra comunicación digital.
Soraya Chemaly, una escritora y activista feminista, se ha dedicado a analizar el problema del acoso online sufrido por las mujeres de manera pormenorizada, y de eso cuenta en su charla TEDx en Barcelona. Lo que concluye es que la mayoría de sistemas diseñados para atender los acosos y abusos que suceden en línea están descontextualizados y son profundamente incompetentes para atender situaciones de violencia.
Pero incluso más allá de la negligencia detrás del diseño de ciertas herramientas, aún más brutal es el uso de estas herramientas como armas. En EEUU comenzaron a surgir empresas de márketing que ofrecen identificar a las mujeres que están contemplando realizarse un aborto. Su objetivo es el bombardeo con material de organizaciones anti-abortistaspara hacerlas cambiar de opinión (o dar a sus hijos en adopción y así quedarse con cuantiosas comisiones, que representan varios millones de dólares al año).
Debemos tener en cuenta que el espionaje y el monitoreo han sido siempre centrales para los activistas anti-abortistas, aunque ahora cuentan con herramientas impensadas hace apenas una década. Una vez que los datos se vuelven personales, rápidamente la publicidad se convierte en intimidación. Y la intimidación es el paso previo a la violencia.
El problema no es sólo llegar. El problema también es quedarse.
Internet fue diseñado por varones, para varones. Como argumenta Chemaly, desde el revenge porn al acoso en redes sociales, los espacios virtuales terminan recreando la misoginia del mundo offline. La industria tecnológica es abrumadoramente masculina y el trabajo está segregado por género.
Por ejemplo, en Twitter el 70% de los empleados es varón, y en el equipo de ingeniería esta proporción aumenta a 90%. En Google y Facebook pasa algo similar (83% y 85% del staff técnico es masculino, respectivamente).
Es claro que Silicon Valley tiene un problema de sexismo. Hablamos de una demografía mayormente joven, masculina y blanca. Como vimos, esto implica un desbalance epistemológico. que se traduce en soluciones inadecuadas a los problemas de las mujeres como usuarios, que al mismo tiempo altera la forma en que las mujeres participan en la esfera pública, cada vez más digitalizada.
En una investigación acerca de Github —uno de los repositorios de código más importantes del mundo— un grupo de estudiantes encontró que si bien el código escrito por mujeres era aprobado por los pares con más frecuencia que el escrito por varones, esto sólo se cumplía si las mujeres ocultaban su género.
A diferencia de otras disciplinas, en ingeniería las mujeres no sólo son menos sino que se sienten rechazadas. Muchas veces se le echa la culpa a la educación, por no alentar lo suficiente a las mujeres a estudiar disciplinas técnicas, pero la realidad parecería ser un poco más compleja.
Para poner en perspectiva, 56% de las mujeres tiende a dejar las carreras técnicas por la mitad (el doble que los varones). Pero incluso cuando llegan a trabajar en tecnología, son un 45% más proclives que los varones a abandonar la industria en su primer año. Uno de los principales motivos es la cultura sexista, cuasi tribal, que logra que tanto varones como mujeres que no se sienten a gusto con la actitud de sus pares, se sientan menospreciados/as o incluso en peligro.
Un caso reciente es el de Susan Fowler, que describió con lujo de detalles su paso por Uber, una de las compañías con mayor fama de misoginia de Silicon Valley. Fowler fue acosada por su manager apenas entró en la empresa, cuando intentó denunciarlo Recursos Humanos no le dio pelota y los ejecutivos tampoco.
Pero este panorama no sólo es tóxico para las mujeres, sino que es profundamente dañino para la industria misma. Después de todo las mujeres representan un importantísimo grupo de consumidores. Básicamente, la ausencia de mujeres en ciertos roles se termina transformando en peores productos. Y eso se traduce en peores negocios.
Algunas de las iniciativas, como la Grace Hopper Celebration of Women In Computing, se proponen visibilizar a las mujeres de la industria tecnológica, sin stands con mujeres en malla vendiendo apps. Es uno de los pocos eventos de tecnología en el que los ingenieros conocen lo que se siente ser el único hombre en la habitación. Google, por su parte, se ha dedicado a alentar a sus empleadas para que busquen ascender en sus cargos, aumentó la licencia por maternidad y se aseguró de que las mujeres se entrevisten con otras mujeres. Por su parte, Microsoft y Facebook pusieron en marcha iniciativas similares.
Otra iniciativa, surgida mayormente de los movimientos de mujeres en tecnología, es la incorporación de mentoras. Es importante tanto para los entornos laborales como educativos brindar la posibilidad de desarrollar nuevas experiencias a partir del camino andado por alguien más, no para replicarlo, sino para armar un recorrido propio a partir de lo que otro pudo vivir y aprender.
Esto en el caso de las mujeres y la tecnología se vuelve incluso más crucial, si tenemos en cuenta la falta de diversidad ya mencionada. Las mentoras pueden abrir sus redes de contactos, ayudar a establecer objetivos —y a cumplirlos— y sobre todo dar la sensación de preocupación. Entre otras iniciativas, esto es lo que se propulsa en Argentina desde Chicas en Tecnología, una organización que desde 2015 trabaja para aumentar la participación femenina en la industria.
Sin embargo, y a pesar de que ya pasaron varios años, la situación sigue siendo prácticamente la misma y el panorama es más bien sombrío. Como destaca Rachel Thomas —otra vocal crítica de las iniciativas de diversidad de Silicon Valley—lo que estas empresas están haciendo no alcanza, y rara vez logran los cambios que tanto celebran. Lo que la mayoría de las empresas hace es hablar muy públicamente acerca de incorporar más mujeres, pero en los casos evaluados menos del 25% de ellas efectivamente hace lo que dice. De hecho, muchas de estas iniciativas empeoran la situación.
Las empresas deben mejorar sus procesos de entrevistas, que suelen ser particularmente agresivos contra las mujeres.Los fundadores tienden a contratar gente que les recuerda a sí mismos antes que a quienes tienen las habilidades requeridas. Es cierto que estas estrategias son mucho más costosas que hacer algunas donaciones o hablar públicamente de diversidad. Pero son las necesarias para lograr un genuino cambio, en vez de costosas campañas de PR.
Otra revolución es posible: tecnología con las mujeres en mente
Necesitamos perspectivas femeninas no sólo para el desarrollo de productos o para aportar desde la programación, sino también para construir una crítica más rica sobre lo que sucede alrededor de la tecnología. Un ejemplo de las iniciativas que necesitamos es el colectivo Deep Lab. Este grupo de mujeres hackers, artistas y teóricas explora asuntos como el ciberfeminismo, encriptación, vigilancia masiva, entre otros, en la forma de ensayos, documentales y charlas.
Incluso, más allá de los planteos teóricos sobre qué podría pasar si las mujeres estuvieran más involucradas en los procesos de diseño de las herramientas tecnológicas, es interesante ver qué sucede cuando efectivamente las mujeres están al núcleo de estos desarrollos. Hay varios ejemplos de herramientas tecnológicas con la diversidad y la igualdad de género en su núcleo.
Un primer ejemplo es Circle of 6, una app enfocada en una estrategia que en psicología social se conoce como “intervención del espectador”. Esta estrategia propone que las personas intervengan en situaciones de violencia o potencialmente problemáticas para ayudar a desarmarlas. De este modo la comunidad toma la responsabilidad de prevenir ataques sexuales y acosos, en vez de dejar que ésta recaiga únicamente en las víctimas.
La CEO de la compañía que desarrolla Circle of 6 es Nancy Schartzmann, reconocida mundialmente como líder en materia de prevención de violencia de género. Schartzmann se dedicó años a escuchar y responder directamente a las necesidades de mujeres, queers y trans* —poblaciones mayormente ignoradas durante los procesos de diseño. Esto la convierte una de las personas más capacitadas para liderar el diseño de soluciones tecnológicas que atiendan estas necesidades, lejos de las “falsas soluciones” que parten de suposiciones patriarcales y mayormente heteronormativas.
Pero la prevención de la violencia no es el único ejemplo. Como señala Cosmopolitan, 2015 fue el año en que la menstruación se hizo pública. También fue el año en que Clue, una app para la gestión de la menstruación, fue seleccionada como una de las mejores apps del año tanto por Google como por Apple.
Fundada por Ida Tin en 2013, Clue busca informar a sus usuarios sobre sus ciclos menstruales sin resultar condescendiente. Mientras que otras apps similares hacen sugerencias como que sus novios les regalen chocolates en ciertos días, Clue se posiciona como una plataforma interesada en los datos, para que los usuarios pueden orientarse y tomar mejores decisiones.
“Las mujeres quieren ciencia, quieren saber sobre endometriosis, quieren saber las últimas noticias científicas al respecto. Quieren una solución realmente sólida”, dice Tin. Por otro lado, y a diferencia de otras apps, Clue está pensada para todo tipo de seres menstruantes, y no sólo mujeres. Es a propósito de la diversidad que en el equipo de desarrollo hay varones trans, que menstrúan pero no se sienten cómodos con apps que refuerzan estereotipos de género con diseños rosa, florcitas y mariposas.
Es evidente que la ausencia de mujeres en los procesos de diseño y desarrollo de todo tipo de sistemas tiene consecuencias imprevisibles y perniciosas. No sólo por el impacto que esto tiene en la vida de las mujeres, o su repercusión en el mercado, sino porque perpetúa la exclusión. Incluir distintas necesidades, distintas perspectivas y distintas cualidades en probablemente la industria más importante del último siglo sólo puede enriquecerla y en última instancia, beneficiarnos a todos.
* Valentín Muro es estudiante de Filosofía (UBA). Co-fundador de Wazzabi. Investiga sobre la cultura hacker, inteligencia artificial y Batman.